A mi edad, ya solo tengo preguntas.
Ni razón ni sentido: huesos dorados;
huecos horadados que albergan
un otro yo cautivo.
A mi edad muere el talento.
Perece pobre y aburrido.
Sediento de mar. Descabalgado
y preso del hastío.
A mi edad ya no me persiguen sirenas.
Su canto es moneda lanzada al viento
para ver quién la recoge al vuelo y la abraza
fuerte, sin miedo al vacío.
A mi edad no redoblan las campanas
ni por albricias ni por ecos ensoñados.
Solo la brisa fina levanta el fino polvo
que seré yo, a mi edad, testigo.
miércoles, 1 de mayo de 2019
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