Giro el cuello.
Los brazos me pesan.
No acierto a
levantar la cabeza.
La tecla, tan cerca;
tan lejos ahora.
Ni siquiera las musas
visitan la aurora.
Los dedos manchados;
dislocados.
La mente limpia,
vacía y ocupada.
Y yo, atrapado en
un cuerpo sin rima,
que no mueve montañas.
Que no avisa, que
me traiciona.
Todo sin prisas.
Hasta que venga
la mañana.
miércoles, 21 de enero de 2015
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